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Auténtica Patagonia

  • Javier Benítez
  • 20 ene 2019
  • 11 Min. de lectura

Pongamos el blog al día porque me ha llegado un aviso al email de que le están saliendo telarañas.


Como os contaba en la entrada anterior, después de la visita de mis amigos Jose y Vero, volvería al sur de la Patagonia para adentrarme de fondo en sus costumbres.


Desde la capital chilena y con Kamur bien ajustada en una caja de cartón, tomé un vuelo hasta el aeropuerto de Balmaceda.

La idea al llegar era montar la bici y comenzar a pedalear pues los días estando tan al sur del continente, acababan cerca de las diez de la noche, había tiempo.

Pero cuando llegué, la idea tuvo que ser cambiada de nuevo. El viento soplaba a 100 km/h según me dijeron los trabajadores del aeropuerto. De hecho al avión no le fue nada fácil tomar tierra. Así que, monté a Kamur y empujando con todas mis fuerzas me dirigí a un hostal cerca del aeropuerto.


Un pueblo pequeño en el que no había nada que hacer, estuve toda la tarde leyendo y viendo películas esperando que el viento me permitiese salir al día siguiente.

Al día siguiente no había viento, había lluvias torrenciales con una temperatura que rondaba los cero grados y en el siguiente pueblo estaba nevando. De nuevo pasé el día tirándome de los pelos dentro de aquella habitación.


A la tercera va la vencida. Y aunque el viento soplaba a 60-70 km/h y en toda la frente, me decidí a salir. Tardé dos horas y media en pedalear los 15 kms que me sacarían de aquella pampa que no resguardaba de las garras invisibles del aire en ningún punto. Y así fue como empecé a pedalear por Patagonia.


La ruta ya la conocía, estaba pedaleando el mismo tramo de la carretera austral que había visitado con Jose y Vero semanas atrás. Aunque en bici todo es distinto. Eres consciente de los desniveles de una manera más directa, pero también tienes más tiempo de admirar la naturaleza que te rodea.


Me propuse llegar al camping de Doña Dora en 4 días, era un recorrido que podría hacer en dos y medio, pero me propuse disfrutar de acampar con tiempo y no pasar todo el día dando pedales.

La primera noche llegué a la laguna verde. El viento soplaba con fuerza y resguardarse era necesario, aunque ni siquiera los árboles hicieron que ese ruido dejase de sonar. Además la sensación térmica disminuía con aquella ''brisa encantadora venida de las montañas''.

Ahora entiendo cuando todos me decían que aunque fuese verano, no cambiase mi material para el frío.


Al día siguiente puse rumbo a Cerro Castillo, paré a comer y conocí a 6 cicloturistas más. Geoffrey seguía el mismo camino que yo y decidimos continuar juntos.

Sabíamos que una vez salieramos del pueblo, abandonaríamos el asfalto hasta nuevo aviso. Aunque lo peor sin duda seguía siendo el viento.


La subida para salir del pueblo parecía una pared de escalada con el viento de cara. No es broma, te empujaba de tal manera que llegaba a tirarte de la bici y en algunos momentos era mejor parar y apretar todo el cuerpo para que no te tirase contra el suelo.

Cansados al final del día, montamos campamento al lado de la carretera, aunque escondidos por los árboles y la vegetación.


Compartimos una tarde de experiencias y aventuras mientras nos conocíamos mejor. La noche pasó de maravilla y al día saliente salimos sin prisa alguna.


El camino ya veis como era, puro ripio, pero los paisajes nos hacían parar en cada laguna y río para sacar una instantánea más que guardar en el album del viaje.


Parábamos a descansar cuando lo necesitábamos pues no habíamos hecho a la idea de que no podíamos ir más rápido. De hecho en el camino hay señales que dicen ''No te apures, aquí lo único que corre es el viento''.


Habíamos pensado acampar en una laguna grande, pero con ese aire tan fuerte y sin ningún resguardo era imposible. Miramos en nuestra aplicación de acampada (Ioverlander) y a pocos kilómetros indicaba una casa abandonada que podía ser un buen refugio.


Cuando llegamos era el sitio perfecto. Refugiado del viento, una habitación por persona y con agua del río que había detrás, un hotel vamos.

Montamos las tiendas y al poco llegaron los compañeros de Byciclistes, dos catalanes que iban en sentido contrario. Compartimos el lugar y pasamos una buena noche entre aventureros.





Al día siguiente yo sólo tenía que recorrer 15 kilómetros para llegar a la que sería mi casa durante más tiempo del esperado, así que los chicos emprendieron rumbo antes que yo. Me despedí de Geoffrey que seguía camino hacia el sur, habíamos pasado dos buenos días juntos.


Recogí mis cosas con calma y tras una hora y algo llegué al camping. Dora y Osvaldo estaban fuera. Me dijeron que me instalase y ellos llegaron por la tarde.

Busqué el lugar más cómodo para pasar un tiempo y monté mi casa.

Al llegar charlamos un rato y acordamos empezar al día siguiente con las labores.



Mi función allí sería aprender a montar a caballo mientras les ayudaba con el campo para subir a la ''veraná''.


Iba a vivir a fondo las costumbres de una familia cien por cien patagona, de descendencia Mapuche y que se crió en la zona. Estabámos a 15 kilómetros del pueblo más cercano, rodeados de naturaleza por los cuatro costados.


Una de los trabajos tradicionales que se va a perder en breve es el de arriero. Los jóvenes ya no quieren dedicarse al campo, hay más oportunidades en las ciudades, el trabajo no es tan duro.


En una zona en la que el clima es bastante extremo, sobretodo el invierno, quedándo incluso aislados por las nevadas, hay que acostumbrarse a vivir. Para ellos es algo normal, a mí, que vivo al lado del supermercado, se me hacía impensable ir a la ciudad a comprar víveres y tener la casa llena de comida por lo que pudiera pasar.

Además hasta hace solo unos años, ese camino hoy de tierra y grava, no era más que un sendero que había que recorrer a caballo. Siendo aún hoy en día, el medio de transporte de mucha gente allí. Así es como nosotros llegaríamos a las praderas donde llevaríamos al ganado.


Las montañas nevadas y rodeadas de glaciares durante el invierno, dejaban paso a zonas verdes con pasto de calidad para engordar a los animales durante el verano y prepararlos para el duro invierno.


Al día siguiente de llegar, lo primero que hicimos fue herrar a Lucero, una yegua de 20 años muy noble con la que aprendería a montar.


Después de unas simples nociones de manejo y frenada, salimos a dar el primer paseo.


-Osvaldo, nunca he montado sólo, si se desboca, no lo sé frenar y me caigo.

- Tranquilo, esta yegua es mansita, además si caes no pasa nada, más allá del suelo no vas a ir.


Así que nada, unas vueltas al campo y como todo iba bien, nos fuimos a lo más alto del cerro.

Poco a poco me sentía más cómodo con el animal, ningún percance de momento. Era una sensación muy bonita disfrutar del paisaje a caballo por esos bosques.


Entre paseo y paseo, había muchas labores más que hacer.

Cortar leña, traer tierra, reunir las ovejas, arreglar el material para la veraná, cocinar...


La familia Traihuanca me abrió las puertas de su casa y poco a poco nos fuimos conociendo.

Aunque hablámos todos el español, hay ciertas diferencias de significado en algunas palabras. La más llamativa y anecdótica quizá fue la palabra 'coger'. Allí venia a significar hacer el amor, tener relaciones y sus derivados más vulgares. Dora siempre me estaba regañando o retando como dicen alli.


-Dora ¿hay que coger leña?

-¿Qué has dicho? No digas más esa palabra hombre, van a pensar mal de ti.


Pero en España es una palabra que usamos para todo y que me costaba cambiar, así que entre bromas me convertí en el español cogedor.



Con quién más tiempo pasaba era con Trahiuanca, montando, llevando petróleo a la antena, reuniendo ganado, preparando el material... Y entre labor y labor hubo tiempo de conocernos un poco más a fondo.

A él le llamaba la atención que me interesase por las labores del campo teniendo una profesión más importante según él, ya que curaba a la gente y tenía una carrera profesional.


- Tú no tienes necesidad de estar aquí a pleno sol acarreando leña o tierra.

- Mis padres nos enseñaron desde pequeños a hacer de todo y ademas de aprender más cosas de las que crees, me va a hacer ponerme en la piel de quién llegue a la clínica con dolor de espalda por haber estado arando.

- Este español cogedor, a veces tiene pensamientos casi humanos.

La rutina se iba apoderando de los días. Nos levantábamos y compartíamos un mate alrededor de la cocina de leña, desayuno y salíamos a trabajar, comida y continuábamos las tareas y al día siguiente igual.


Todos sabemos lo dura que es la vida del campo, pero con Osvaldo y Dora me acerqué un poco más a esa dureza, ahora lo puedo decir desde la experiencia que me dieron. Hay que hacer todo, desde el pan hasta arreglar una valla rota, reunir las ovejas, comida, huerto, dar de comer a los animales, limpiar mierda y atender a los turistas.



Entre tanto, se unieron a nosotros Rodrigo, su familia y el pequeño Pelaé. Rodrigo iba a construir en el camping un refugio para ciclistas y me dediqué en los días siguientes a echarle una mano.

Construíamos todo, desde los pilares hasta las vigas, teníamos que aserrar los troncos, pelarlos y darle forma poco a poco a la cabaña.


Los pequeños Facundo, Pelaé y Florencia, daban al campo la alegría de un niño. Para ellos traer leña, ir a buscar una oveja extraviada o saltar una valla, se convertía en un juego.





Entre tareas del campo dedicábamos un rato a pasear con el caballo, jugar con ellos y hacer alguna travesura.

Coincidió además el cumpleaños de la pequeña Florencia y tuvimos celebración con tarta incluida.

Los días posteriores nos quedamos Rodrigo y yo encargados del camping, animales y la cabaña pues todos se fueron a la ciudad a comprar víveres.

Había mucho más trabajo por hacer así que las horas pasaban volando.


Uno de los días estábamos acabando de comer cuando me dice Rodrigo que llegan turistas.

Cuando me asomé no podía creerlo, esa combi amarilla solo podía ser la de Mechi, David y Zoe. Salí corriendo ante el asombro de mi compañero que no sabía que estaba pasando.

¿Os acordais de ellos? Los conocí en San Pedro de Atacama y fueron parte de la familia que formé allí cuando se llevaron a la Muchacha.


Habíamos quedado en reencontrarnos en la carretera austral, pero no los esperaba de sorpresa. Al rato teníamos la sensación de habernos visto el día anterior. La peque me seguía llamando tío Avi y entre trabajo y descanso pudimos disfrutar de esta maravillosa visita inesperada.


Esos días, además, las chivas comenzaron a parir, una tarea más a todo lo que debíamos

​​ hacer. Para Zoe en cambio, era otro disfrute junto con ir a buscar huevos al gallinero.


Para mí, que no había visto hasta entonces de cerca el milagro de una nueva vida, todo aquello era sorprendente. Ver como un animal que nunca dió a luz, sacaba su instinto más profundo y al momento de nacer su cria ya estaba limpiando su hocico para que pudiese respirar y aferrarse a la vida, era maravilloso.

Entre la cabaña, animales, comida, invernadero y el trabajo añadido de las chivas, se nos iba el día volando y eso que teníamos unas 17 horas de sol.

Los primeros 15 chivitos los tenía controlados, una vez el número aumentó ya no sabía cuál era de cada cabra.

Menudo jaleo.


Después de dos días con nosotros, mis amigos continuaban su viaje hacia el sur.

Por esos días ya mi mente se iba a menudo a España, a mi vida antes del viaje. Echaba de menos la comida, mi gente, pasear con mi perra y sentía que el viaje en aquella parte del mundo se estaba acabando.

Después de tres semanas Kamur seguía apoyada bajo el mismo árbol y tan solo de pensar en el camino, en las subidas, en montar y desmontar mi casa a diario, me daba pereza.

Así que al igual que cambié el rumbo en muchos momentos del viaje, era el momento de poner nuevo rumbo a la aventura. No acabaría el viaje, pero volvería a casa para pasar las fiestas con los míos y cambiar el destino y posiblemente el medio de transporte.


Hablé con mi amiga Desiré y le pedí ayuda para encontrar el vuelo más barato posible. Se puso manos a la obra y en dos días ya tenía billete de vuelta. Volaría el 25 de Diciembre y tras 36 horas de viaje, llegaría a Málaga el 27. Acordamos que sería de sorpresa, así que solo lo sabía ella, una prima mía y dos amigas más. Para el resto, la ruta continuaría hacia el norte de la carretera austral rumbo a la costa.


Hablé con Dora y Osvaldo y decidí quedarme hasta unos días antes del vuelo ayudándoles con todo el trabajo.


Emocionado con lo que se vendría en las semanas siguientes, los días pasaron volando.

Vacunar, cortar leña, más partos, mate, esquilar... En el campo no se para nunca.






Este no es más que un resumen de lo que fueron tres semanas y algún que otro día más, en casa de una familia patagona auténtica, que me hizo sentirme como uno más de ellos.


El día que me despedí no pude evitar emocionarme, echaría de menos la rutina, el pequeño Pelaé, los mates al despertar, la compañía de Mota todas las noches antes de irme a dormir.





Pero como siempre digo, lo duro de la aventura es despegarte de los que vas conociendo.


Muchas gracias a toda la familia Traihuanca por haberme dado a conocer la Patagonia desde dentro.


Volaría desde Balmaceda, así que tras llegar a Coyhaique de nuevo, en el camión de un amigo de Rodrigo, me alojé en un camping y los cuatro días siguientes hice una ruta circular entre lagos y caminos poco transitados.






Tengo que admitir que después de haber comprado el vuelo, hubo días en que me arrepentía de no continuar el viaje que siempre me había imaginado. Pero al momento de volver a la ruta, cada cuesta se me hacía más empinada y cada momento de la rutina propia de vivir de esta manera, se me hacía aburrido y sin interés. Era hora de regresar.


Volví al camping de Coyhaique para pasar el día de navidad allí mientras preparaba el equipaje para el regreso.


Cuando mi familia estaba sentada a la mesa para celebrar la nochebuena, hicimos una videollamada. Aunque yo no le de importancia a estos días, tengo que admitir que se hace raro estar lejos de los tuyos. Lo que ellos no sabían era que detrás de la cámara, todo mi material estaba listo para emprender la vuelta a casa el día siguiente.

Pasé la nochebuena rodeado de viajeros junto a una barbacoa. Francia, Alemania, España, Israel, Chile, Argentina, Canadá.

La navidad más multicultural hasta el momento.


Y al día siguiente, el día de navidad, me monté en el primero de cuatro aviones que me llevarían a casa.

Miraba por la ventana del avión como las montañas se iban haciendo cada vez más pequeñas. El sentimiento de tristeza se mezclaba con el de alegría e ilusión por el cambio y con las ganas de abrazar a los míos.

Esos paisajes que ahora veía desde el aire, no eran más que una representación de todos los que había atravesado en estos casi nueve meses.


Se venían a mi mente los desniveles de Ecuador, el verde del Amazonas, los colores de los pueblos andinos, la sequía de la costa peruana, el gris del altiplano, el lago Titicaca, el precioso y bello salar, el clima seco del desierto mas árido del mundo, el viento del norte de Argentina y el verde y azul de la Patagonia chilena.


Menuda aventura llevaba hasta el momento, cuantos buenos y malos momentos vividos y cuanta gente conocida. Pero esto continúa, no acaba aquí. Aún me quedan varios meses.


La vuelta no se hizo tan larga como esperaba, quizá lo peor fueron las 18 horas de transbordo en el aeropuerto de Santiago de Chile. Imagino que los nervios de ver la cara de sorpresa de todos, hacía que pasaran las horas más rápido.


Llegué a Málaga y era rara la sensación de haber estado en el sur de Chile solo dos días antes. Me recogío mi amiga Desiré en el aeropuerto y la primera sorpresa se la llevo Juanjo que había parado allí para recoger a una chica en Blablacar. Lágrimas, risas y abrazos, caras de ilusión que serían las que vería en los próximos días.

Mi padre salía de trabajar a las seis de la tarde, así que teníamos que pasar el día fuera para llegar a casa cuando estuviesen todos. Yo mientras, calculaba la diferencia horaria con Chile para despistarlos y les iba avisando de ''como avanzaba la ruta por la Patagonia''.

Pasamos a sorprender a Elena antes de entrar a trabajar, que bueno llegar cuando más lo necesitábamos. Y por fin llegó la hora de entrar en casa. Una mentira piadosa por parte de mis amigos hizo que mis padres no sospecharan nada.


-Javi, me ha escrito Desiré para venir a felicitar las fiestas.

-Ah que bien mamá, a mi no me ha dicho nada. Yo ya he llegado al punto de acampada de hoy. Dales recuerdos y luego me mandáis una foto.


Media hora después, estábamos abrazados y riendo todos juntos.

Tuve que pasar dos días escondido para sorprender al resto de mis amigos. Las caras lo decían todo y a los cinco minutos, la misma sensación de siempre, parecía que no me había ido durante nueve meses. Excepto algunas cosas, todo seguía igual.


El resto hasta hoy ya lo podéis imaginar. Reencuentros, cenas, comidas, reuniones, puestas al día y buenísima compañía.


Por cierto, como manda la tradición, aquí tenéis nuestro ya popular posado navideño. Todos dudaban de si este año se rompería la tradición o no.

Pero después de casi otro mes de parón, mi cuerpo pide aventuras de nuevo. Así que si todo va bien, mañana abandonaré de nuevo mi pueblo para seguir con esta bendita locura que es vivir.


Nos vemos en el camino compañeros.


 
 
 
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