Una recarga de baterías
- Javier Benítez
- 23 dic 2018
- 8 Min. de lectura

Después de una semana con Mali, el hermano de Juan, conociendo Santiago de Chile y descansando, llegó Juan para pasar cuatro días.

Nos fuimos a Los Tebos, a una casa familiar que tienen en la playa. El plan era pasar el fin de semana con sus amigos.
Cuando llegué a la playa y aparcamos el coche me di cuenta de cuanto necesitaba respirar ese olor a sal, de cuanto echaba de menos el graznido de una gaviota o el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Se notaba en mi expresión la alegría que sentía. Siempre he dicho que soy un “pescaito'”, pero nunca imaginaba que iba a extrañar tanto el estar delante del mar.

Entre momentos con amigos, me tomé mi tiempo para cerrar los ojos y disfrutar de
sitio, para volver la mente a mi terraza, a mi furgo, a Tarifa, para sentir con ese olor que había vuelto a casa. Me sentó muy bien el reencuentro con esa masa azul que te invita a perderte horas mirando su inmenso horizonte.
Pasamos un buen fin de semana compartiendo asados, cervezas, risas y buena compañía.

Parece que así se cerró un ciclo con Juan, como el decía, nos hemos visto en cuatro países, el conoció a parte de los míos y ahora yo podía compartir con parte de los suyos. Esta vez sí que nos despedimos sin fecha de reencuentro, aunque confío en que la amistad que se ha creado gracias a los momentos que vives en viajes así, haga que nos volvamos a cruzar.



Pero los reencuentros continuaban, una pareja de Santiago que yo había alojado el año anterior en mi casa mientras ellos viajaban en bici por Europa y Asia, estaban de vuelta y me enseñaron la ciudad, como no, a golpe de pedal.
Además en unos días llegarían dos grandes amigos a visitarme desde España. Cristian y Tita nos ofrecieron alojarnos a todos en su casa y así pasaron los días hasta que fui a buscarlos al aeropuerto.

Estaba nervioso, cuando llegué al aeropuerto me sentía como si recibiese visita en mi casa. Parece que llevar tanto tiempo fuera me ha hecho sentir que vivo en Sudamérica. Los nervios se unían a la emoción que siempre se respira en un aeropuerto, familias riendo, llorando, dandose abrazos de cuanto te eche de menos y de que alegría que hayas vuelto. Y por fin, Vero y Jose aparecían entre los turistas que iban bajando del avión.
Nos fundimos en un largo abrazo que hizo escapar las lágrimas de alegría que los tres necesitábamos soltar. No podía creer que estuviesen aquí conmigo, al igual que me gustaría tener a otras personas que se que no vienen porque no pueden. Lágrimas, risas, abrazos y una felicidad que no podíamos contener.
Tomamos un autobús y nos fuimos a la casa. Comimos con Tita y Cristian que nos habían preparado el almuerzo y después salimos a dar un paseo. Aunque como Jose y Vero estaban cansados de tantas horas de viaje nos volvimos pronto a descansar.


A la mañana siguiente sí que pasamos todo el día fuera, lo primero una cerveza y una buena puesta al día, teníamos pensado visitar varios puntos de la capital pero lo que realmente importaba era pasar el tiempo juntos, así que no vimos gran cosa. Una visita a la casa del poeta Pablo Neruda, un paseo por los sitios más representativos y tras algunas gestiones necesarias nos volvimos a descansar para tomar el vuelo del día siguiente.

Como Chile es un país tan largo y ellos venían con poquitos días, tomamos un vuelo al sur de la Patagonia. La verdad es que no planeamos mucho el viaje así que cuando llegamos al aeropuerto de Balmaceda, las únicas opciones para salir eran un transfer a la ciudad de Coyhaique que nos desviaba de nuestro camino o hacer autostop.
Nos decidimos por la segunda con la idea de llegar al pueblo de Cerro Castillo y hacer la ruta hacia la laguna de la que varios nos habían hablado.
Tres coches tuvimos que parar ya que cada uno nos dejaba un poco más cerca, pero ninguno iba directo al pueblo. Cuando llegamos paramos a comer y luego averiguamos si al día siguiente podríamos hacer el trekking. Nos dijeron que estaba complicado pero que aunque había nieve, si el día amanecía bueno, nos dejarían subir.
En el pueblo no había mucho más que hacer así que paseamos un poco, disfrutamos de las vistas y fuimos a preparar la cena para levantarnos temprano.


Primer intento fallido. Amanecía lloviendo y con una espesa niebla. Sólo podíamos avanzar hacia un mirador pero no podíamos llegar a la laguna. Fuimos a caminar un poco por el sendero y volvimos a por las cosas para continuar el camino.
La cosa se complicaba, al llegar nos dijeron que los buses pasan con muy poca frecuencia, solo en la mañana y las distancias son bastante largas debido al estado de la carretera.
En esta parte de la Patagonia las vistas son increibles pero el asfalto aun no ha llegado a estos parajes. Intentamos hacer dedo de nuevo, pero tras una hora vimos que ibamos a perder los pocos días que teníamos y decidimos dar un giro al viaje. Nos llevaron, pero hasta Coyhaique, tuvimos que volver a la ciudad para alquilar un vehículo con el que movernos a nuestro antojo. Entre una cosa y otra, nos cayó la primera lluvia de la Patagonia, pero pudimos alquilar el coche.
¿Rumbo norte o rumbo sur?
Distancias largas, parques cerrados por el estado climatológico... Tuvimos que cambiar los planes en pocas horas pero al menos ya teníamos un coche que nos agilizaría el camino.
Era tarde ya, pero nos pusimos en marcha para no perder más tiempo. Rehicimos el camino que habíamos desecho y entramos en la famosa carretera de ripio. La ruta Austral o ruta 7 en toda su esencia.
El camino no nos dejaba avanzar a mas de 40 km/h y como se nos echó la noche encima teníamos que ir con más precaución aún. Aunque el marrón de conducir se lo dimos a Jose, en parte porque le gusta y conduce bien.
Vero cayó en el sueño y yo trataba de hablar con Jose para que no le sucumbiera él también. La idea era llegar a Puerto Río Tranquilo, pero las horas avanzaban más rápidas que nosotros. Así que decidimos parar en un camping que hay en medio del camino.
Ya eran las doce de la noche y no había ninguna luz encendida, lo único que se me pasaba por la cabeza era pasar la noche en el coche. Pero al tocar una de las puertas salió Dora, la dueña del camping que al ver que no teníamos ni tienda ni sacos ni nada, nos adecuó unas camas en su propia casa.

De eso nos dimos cuenta a la mañana siguiente cuando nos despertamos y ella estaba en su cocina preparando pan casero en las tradicionales cocinas de leña de la Patagonia.
Nos preparó desayuno y nos aconsejó sobre nuestra próxima visita. Casualidades del viaje, más tarde yo pasaría más de una semana con esta familia, pero eso es algo que ya contaré.
Nos dirigimos a Puerto Río Tranquilo para visitar las famosas catedrales de mármol. Un tour por el lago general Carrera que nos llevó a unas curiosas formaciones sobre la roca de mármol.
Impresionante el blanco y gris de la piedra como brilla en esas aguas turquesas.


Después de comer seguimos hacia el sur por la carretera austral. En parte el estado del camino nos hacía ir a la velocidad perfecta para disfrutar de los paisajes que aparecían en cada recoveco.

Cada curva obligaba a parar y sacar fotos para el recuerdo. El lago General Carrera, montañas nevadas, rios y cascadas en cada rincón, por asemejarlo a algo, a mi me recordaba a paisajes vistos en fotos de las montañas noruegas o de Canadá, no se si estaré en lo cierto. Lo que sí se con claridad es que era un gustazo compartir eso con los mios.


Es una de las cosas que siempre me da pena cuando estoy en un sitio así durante el viaje, no estar con alguien con quien vivir ese momento. Pero ahora estaba con estos dos locos que se cruzaron un océano en sus vacaciones para vivirlo juntos.
Finalmente llegamos a Cochrane. La idea era visitar un glaciar y desde allí tomamos un tour hacia el Cayuqueo.
Después de acercarnos con la lancha, caminamos durante dos horas con el grupo a través de un camino de piedras que nos llevaba cada vez más cerca del glaciar. Una vez llegamos al hielo, tocaba ponerse los crampones y aprender a caminar de nuevo.

El color del hielo era espectacular y la sensación de estar caminando en definitiva sobre agua en otro estado era divertida. Nos dieron un picnic al llegar al final de la ruta y nos dejaron tiempo para disfrutar sobre el glaciar.


Parece increíble que dentro de pocos años imágenes así vayan a desaparecer. Aún hay personas que dicen que el cambio climático es una farsa, pero ver fotos de distintos glaciares de la zona hace diez años y ver como han retrocedido hasta la actualidad, no deja ninguna duda. Despues del tour incluso nos sentiamos algo culpables, Vero tenía razón, además del cambio climático, no ayuda mucho al mantinimiento del glaciar, que todos los días caminen sobre él alrededor de veinte turistas o más arañando su estructura con pinchos en la suela de los zapatos.
El día del regreso se acercaba y teníamos que retroceder por la misma ruta, así que al llegar del glaciar nos subimos al coche y retrocedimos unos cuantos kilómetros.
Nos alojamos en puerto Baker y durante la cena solté varias tensiones que había acumulado a lo largo del viaje. Y es que cuando uno ve las fotos todo parece perfecto.
- Menudos paisajes - Qué rica comida - Qué bien se lo pasa - Cuanta gente y lugares está conociendo
Y no os equivocais, lleváis razón en todo. Pero la otra cara de la moneda no suele mostrarse. Al menos a todo el mundo, las personas que si que tienen contacto más directo conmigo son los que saben todo, tanto lo bueno como lo malo. Hay muchos días duros, días de agotamiento físico y mental, A veces no puedes más con tu cuerpo o los músculos te duelen tanto que darte la vuelta en la esterilla es un suplicio. Echas de menos a tu gente, esas comidas que cuando eres pequeño le rechazas a tus padres. Hay días en los que el clima se propone hacertelo pasar duro ya sea por la lluvia, el viento, el frío o el sol, no olviden que al fin y al cabo el que viaja así pasa prácticamente todo el día viviendo al aire libre y eso es muy bonito pero a veces agotador. Aunque no me quejo, yo decidí vivir un tiempo así.
Pues bien, todas estas reflexiones cayeron sobre la mesa cuado aun no queriendo preocupar a los que más quieres, tienes la necesidad de soltarlas.
- Javi, no solo vinimos aquí a viajar contigo, vinimos a darte fuerzas, a cargar las pilas, a darte esos abrazos que no consiguen dar los que conoces en la ruta, a que te desahogues, a que sepas que tu familia está bien y a pasar juntos esos momentos que echamos de menos.

Ese carga de batería llegó y me dejó las pilas al 100%. La necesitaba como el mar que comentaba al principio.
Continuamos la vuelta y por segunda vez intentamos hacer la ascensión a la laguna de Cerro Castillo, pero volvía a llover, así que aprovechamos el día comprando recuerdos en Coyhaique y a la tarde descansando en Balmaceda. Al día siguiente volábamos de nuevo a la capital.

La última noche hicimos un asado de despedida con Cristian, Tita y su hermana.
Mi familia se fué al día siguiente, los días pasaron rápidos pero intensos.


Para España envié un abrazo enorme para los míos que sé que recibirán como si lo diese yo.
Muchas gracias por este viaje que teníamos pendiente, iba a ser a la India, pero fue Chile. El próximo ya sabeis donde es, aunque bebimos calafate, dicen que volveremos a la Patagonia.
La semana siguiente la pasé con Tita y Cristian preparando los detalles para la siguiente aventura.

Ya os dije que en el camping de Dora pasaría más días de los esperados y es que regreso a la Patagonia para vivir la vida gaucha desde dentro.
El esposo de Dora, Osvaldo Traihuanca, es arriero y en esta época sube el ganado a la montaña para que coman los pastos frescos que crecen tras el deshielo. Cómo no sé montar a caballo, voy a aprender mientras les ayudo en las labores diarias del campo.

Próximamente... Regreso a la Patagonia.