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Bolivia, la dureza del altiplano

  • Javier Benítez
  • 6 sept 2018
  • 7 Min. de lectura

Hace casi un mes me adentraba en tierras bolivianas. El cruce a un nuevo país junto con los paisajes que me habían dicho que me esperaban, hacían que mi mente no parase de volar. Pasé dos semanas en La Paz donde me reencontré con Tim, un chico que conocí en Vietnam. Tenía que esperar a que llegasen las varillas de mi tienda de campaña , así que Tim me ofreció su casa para descansar y solucionar todas las cuestiones antes de adentrarme en el altiplano de este país. Pasé los días descansando, haciendo compras, recuperandome de problemas estomacales y reencontrándome con amigos de ruta. También celebré mi cumpleaños y aunque estaba lejos de los míos, pude tomar unos pasteles con esos nuevos amigos que vas haciendo en el camino. Paola, Guillaume, Marge y yo nos volvimos a reunir y pude cumplir los 28 años bien acompañado.


Al día siguiente me quedé con Marge y comenzamos la ruta juntos. Tras salir en el teleférico de La Paz, emprendimos rumbo por un camino totalmente plano que nos aseguraba días de fácil pedaleo. La ruta era sencilla, aunque al final del día solía soplar un viento que te obligaba a resguardarte si no querías salir volando o que tu tienda se rompiese.


La primera noche conseguimos llegar a unas casitas abandonadas donde pudimos resguardarnos. Aún nos estábamos instalando cuando llegó una vecina que preocupada por el frío nos ofreció mantas y cualquier otra cosa que necesitásemos. La noche fue perfecta pero parecía que no amaneciese nunca y se oía un suave golpeteo en la tienda de campaña. Miré la hora y me percaté de que debió amanecer hacía rato y ese golpeteo tan suave no podía ser lluvia. Al abrir la tienda nos dimos cuenta de que estaba muy cubierto y no paraba de caer aguanieve. Así era imposible pedalear, hacía mucho frío y no podíamos acabar empapados con esas temperaturas. Justo estábamos decidiendo que hacer cuando...

''Buenos días, el desayuno está listo, vamos que se enfría''

La vecina de ayer nos preparó un riquísimo desayuno que disfrutamos hablando de las costumbres del pueblo boliviano en esa zona. Nos ofreció a pasar el día con ellos y nos dijo que saliésemos al día seguiente porque no tenía pinta de mejorar. Pero parecía que las nubes se iban disipando y hacia donde nosotros íbamos se veían algunos claros, así que en una escampada en la que el sol asomó tímidamente, emprendimos camino sin dejar de mirar al cielo. Pero en uno de los giros de la carretera, volvieron a aparecer unas nubes amenazadoras que no me gustaban ni un pelo y además de nuevo ese viento traicionero soplando de costado, nos redujo la velocidad haciendo que finalmente nos pillase una granizada que nos obligó a resguardarnos en el pueblo más cercano.

Nos dejaron pasar la noche en el colegio, los niños rodeaban las bicis como si fuesen las más modernas que habían visto y se interesaban por cada cosa que cuelga del cuerpo de nuestras compañeras.

Pasó toda la tarde lloviendo con fuerza, menos mal que nos dieron un sitio, descansamos bien y al día siguiente nos levantamos con un sol espléndido.

Habíamos hablado con los chicos de 260 litros, dos vascos y un valenciano, que venían en sentido contrario, así que nos encontramos a unos kilómetros de salir y compartirmos algunas horas de anécdotas y experiencias, una pena que llevemos rumbos diferentes. Los pueden seguir en Youtube, Facebook e Instagram, merece la pena ver su viaje.

Tras un buen rato de risas volvimos a la carretera y pasamos la noche en un pequeño pueblo, ese día no avanzamos mucho, pero la cuestión en un viaje así no es sumar kilómetros sino buenos momentos.

Los días fueron pasando entre bellos paisajes, horizontes de volcanes y miradas curiosas de llamas, alpacas y vicuñas. No era demasiado difícil y la ruta estaba en buen estado.

Pasamos dos días a los pies de la montaña más alta de Bolivia, el volcán Sajama, nos dimos unos baños en unos geíseres a las faldas de laderas nevadas y nos reencontramos con los chicos de bel-bici. Decidimos continuar juntos y ahí empezó la veradera odisea por los caminos de este bello paraje. No por la compañía que no podía ser mejor, sino porque el

asfalto nos decía adíos por mucho tiempo y nos tocaría pedalear por arenales donde la bici se hunde y te hace perder el equilibrio, pedregales que fácilmente podrían cambiar de posición alguno de tus órganos con tanto salto y caminos que harían perder los nervios a alguno de los componentes del grupo. Pero no podemos negar que el sitio era una maravilla.

Claramente cada persona tiene una forma de viajar diferente y Marge no pudo con la dureza del camino, no estaba disfrutando teniendo que bajarnos de la bici cada pocos kilómetros para empujarla y decidió separarse de nosotros y hacer autostop hasta el pueblo más cercano que la conectase con la ruta de asfalto.

Nosotros tres continuamos disfrutando del paisaje aunque la naturaleza nos lo pusiese complicado.

Tras cinco días llegamos de nuevo al asfalto, disfrutando de la sensación que produce no tener que ir pendiente de cada pedalada, es prácticamente imposible perder el equilibrio y el sonido del asfalto te hace entrar en una especie de trance tras varios días de concentración al 100%.

A punto de entrar en los salares bolivianos, decidimos continuar por separado. Me despedí de Guillaume y Paola que acaban su viaje en este país.


Vuelvo a abandonar el asfalto para adentrarme de nuevo al desierto aunque esta vez la sal empieza a aparecer bajo las ruedas de la Muchacha.

El primer salar al que llego es el de Coipasa, el antecesor al salar más grande del mundo, el famosos salar de Uyuni. Antes de comenzar mi viaje saturé de fotos y videos de los paisajes que visitaría a mi círculo más cercano. Por fin llegaba a uno de los puntos del viaje que esperaba con mas ilusión y lo había conseguido con mi propio esfuerzo físico. Cuando entré en esa planicie blanca no podia parar de reirme aún estando solo. Me sentía pletórico, había conseguido llegar hasta aquí después de tanto esfuerzo y duro camino. Echaba la vista atrás y me daba cuenta de la cantidad de sitios en los que había estado, de que ya llevaba casi cinco meses de viaje y estaba en mi tercer país. De que había dormido a mas de 4000 metros de altura y con temperaturas que es imposible sentir en mi casa, junto con muchas más experiencias. Y fue en ese momento cuando pensé, estoy cumpliendo lo que quiero, soy plenamente feliz.

Pero tras ese momento de felicidad pasé mi primera noche en el salar sin saber que iba a empezar la experiencia más dura de toda mi vida.


Después de mi ritual de desayuno comencé a pedalear sin parar de disfrutar del lugar más bonito que había visto yo diría que en toda mi vida. Tenía por delante alrededor de 40 kilómetros. Todo iba de maravilla hasta que me di cuenta alrededor del kilómetro treinta de que mi gps había dejado de funcionar. El salar era cada vez menos firme y tuve que comenzar a empujar la bicicleta. Tras un rato caminando y con el gps aún bloqueado, decidí dejar la bici apoyada en un arbusto pequeño y caminar hacia la montaña que tenía a la izquierda para ver si el camino estaba allí. La verdad es que caminé un buen rato pero nunca pensé que tanto, así que cuando regresé a por la bici me desorienté y no la encontré. La estuve buscando más de dos horas y como ya se acercaba el medio día, el viento soplaba fuerte y cada vez hacía más frío, decidí comenzar a caminar al pueblo a pedir que me diesen un sitio donde refugiarme. Tenía 15 kilómetros por delante y tras dos horas y media caminando, encontré un coche que me daba alojamiento y me ayudaría a buscarla. Ese día no la encontramos así que volvimos al día siguiente.

Fueron diez horas caminando por ese salar sin encontrar ni siquiera mi rastro, parecía que se la hubiese tragado la tierra. Cuando ya iba a caer la noche tuve que regresar al pueblo, tras ver que la noche se complicaba apereció una pareja que me vió sin nada y me dió de comer, me dió abrigo y sitio para dormir. Con el dinero que me dieron me pagué un billete a Uyuni para ir a la Paz y solucionar todo con la embajada para volver a España, ya mis padres desde España estaban hablando con ellos y su preocupación fue de agradecer, hablaron con la policía de Uyuni que me dió alojamiento y comida.

Estos a su vez conocían a compañeros de Llica así que me dijeron que regresar que ellos me iban a ayudar a buscarla. Cuando regresé al pueblo ya habían organizado la búsqueda de la Muchacha, fuimos con una persona que conocía el salar y nos iba a decir hasta donde entraba el coche, pero era imposible, se hundía y se podía quedar atrapado, así que tuvimos que contratar una moto con la que finalmente y tras tener claro que ya estaba de vuelta en España, la Muchacha, que lllevaba cinco días perdida, aperecío.

En ese momento no podía parar de reir, llorar, agradecer a Lucas... No me podía creer que mi viaje no acabase.

Tras agradecer infinitamente a todos, regresé a Uyuni para descansar y aclarar mis ideas. La rodilla me dolía muchísimo, tenía los pies llenos de ampollas y estaba agotado.


Fueron los días más duros de mi vida pero todo salió bien finalmente.

No se puede explicar esa sensación de encontrarte solo, sin nada y en medio de un sitio inmenso. Al igual que no puedo explicar lo que se siente cuando la gente te ve en un apuro y no duda en darte todo lo que está en su mano para que tu problema se resuelva.


En Uyuni decidí que no me sentía con fuerzas para seguir por ese tipo de terrenos. Ya estaba cerca de San Pedro de Atacama donde me iba a reencontrar con Juan, el chileno con el que viajé diez días por Portugal. Pensaba llegar para las fiestas patrias que son el 18 de Septiembre, pero decidí tomar un bus a la frontera y llegar pedaleando como una semana antes. Tras esta etapa del viaje me vendría bien estar con amigos y pasarlo bien.


Un viaje así al final supone correr riegos y siempre está la posibilidad de que ocurran estas cosas, aunque he llegado a pensar que a veces somos un poco osados y pensamos que como lo hace todo el mundo bueno, no nos va a pasar a nosotros, pero sí, las cosas pasan. Te hace replantearte muchas cosas, en esos momentos tu mente da mil vueltas, intenta mantenerte a salvo mientras piensa también en la forma más rápida de que todo se solucione, pero por si acaso no se soluciona, al mismo tiempo está pensando en como podría continuarse el viaje entonces. El cuerpo no para de sorprenderme, su capacidad de resistencia en todos los sentidos es impresionante.


Por suerte la historia de mi viaje por Sudamérica no acabó en el Salar de Coipasa. La Muchacha y yo seguiremos dando guerra.


Continuará...


 
 
 
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